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Historia y Geografia de las Sopas de Ajo




Dionisio Pérez en su Guia del buen comer espa?ol, nos brinda esta curiosa disertación sobre las sopas de ajo.

Leí alguna vez que las sopas con que algunos cafés de Madrid llegaron a alcanzar fama resonante y dineros hasta enriquecerse, procedían de la Mancha, como las no menos famosas judias del "tio Lucas"; mas he aquí que en el Bajo Aragón estas sopas gozan también de gran predicamento. En la cocina madrile?a influyó siempre enormemente el régimen de las botillerias y cafés y tabernas, donde comia buena parte del vecindario, y claro es que en estos lugares el fa presto era la norma del servicio. Los platos sencillos y de confección rápida eran los preferidos por los cocineros y los que figuraban siempre en las
listas de platos del dia.
Además, las sopas de ajo eran el condumio más económico de cuantos se servian al público. No se le atribuian entonces virtudes terapéuticas que más tarde las han elevado a la categoria de recetas de médico, recomendada singularmente para la cena de algunas personas de edad que quieren prolongar su vida con parsimonioso y prudente régimen. Sin embargo, lo que no sabian nuestros literatos más o menos bohemios del pasado siglo, que fueron grandes consumidores de sopa de ajo, lo proclamaba el pueblo del Bajo Aragón en una letrilla refranera que dice así, y que conocia Ricardo de la Vega cuando compuso su receta, en verso, de las sopas de ajo:

Siete virtudes
tienen las sopas:
quitan el hambre,
y dan sed poca.
Hacen dormir
y digerir.
Nunca enfadan,
siempre agradan.
Y crian la cara
colorada.

La cara colorada ha sido siempre para el pueblo espa?ol la se?al cierta de buena salud.
Alejandro Dumas comió las sopas de ajo con enorme prevención y le parecieron bien. Copió la receta que le dieron y la divulgó
en Francia, salvo que en su horror al aceite preceptuó en su receta la grasa, sin precisar cuál debía emplearse. Las sopas de ajo no están bien sino cuando se las hace con buen aceite. Con buen aceite y con buen tino; ningún plato como este, que parece sencillísimo, exige una mayor habilidad en el cocinero para elegir el momento preciso en que han de retirarse del fuego. Dumas redujo su preceptuación a la más extrema simplicidad, llegando a suprimir el pimentón, que aún no se vendia en Francia; pero no todos los cocineros proceden del mismo modo. Hay quienes comienzan friendo el pan con el ajo; quien cuece el pan antes y luego vierte encima el aceite frito con ajo, cebolla y perejil. No, no, no. Todo esto son heterodoxias lamentables. La sopa de ajo madrile?a, la de los cafes y las tavernas, se hace poniendo aceite en la sartén y friendo en seguida tres o cuatro ajos picados. Cuando están bien dorados, se agrega una cucharada de pimentón y, antes que ennegrezca, el pan cortado a rebanadas, algo tostadas o no, el agua hirviendo y la sal. En los cafés zampan un par de huevos por ración; en las tavernas, uno solo, generalmente, y en los lugares modestos se bate un huevecillo y se vierte para que dé sabor y apariencia y alcance la ilusión del huevo para todos con poco gasto. El llevar la sopa luego de hecha al horno, dejándola allí resecar y cubrirse de un costrón, es refinamiento en que no pensaron nuestros abuelos.
Al salir de Madrid, las sopas de ajo, que es ya un plato nacional, se modifican. En algunos pueblos de la provincia de Segovia, a las sopas de ajo les agregan cominos y las tuestan al horno. En las comidas de bodas se sirven de ajo con perejil y huevos picados.
En algunas provincias costeras se hacen sopas de ajo agregándoles pescados o mariscos; confusión lamentebleque ha trascendido ya a algunos recetarios modernos. La buena doctrina es que las sopas de ajo deben saber solo a sopa de ajo.

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Espero que os guste la historia, a mi me ha encantado y por eso la comparto con vosotros. Un saludo y hasta pronto.





1 Comentario
gracias por compartir esta historia del plato para otros platos tambien debiera ser igual. muy interesante
Publicado por jina zarria el 02-03-2012